jueves, 13 de marzo de 2014

De artesanal a industrial.

Imagínese que entra en una tienda de azulejos pensando en escoger uno de los modelos expuestos, con el fin de aplicarlo en un cuarto de baño. No tiene usted una idea predeterminada, por lo que repasa con la mirada los posibles candidatos. Los hay de distintas medidas y colores, incluso con dibujos y distintos acabados.

De pronto, un estante aparte le llama la atención. El aspecto de las muestras es rústico y su acabado irregular, incluso aparece envejecido en algunos de los modelos. Se dará cuenta del precio; en general, y a pesar de su imagen tosca, cuesta tres o cuatro veces más que los otros modelos. Los empleados le sacan de dudas: se trata de unos modelos hechos a mano; es un producto artesanal y, al parecer, es de mayor calidad.

Sin embargo, le asalta una duda razonable. ¿Realmente, la diferencia de calidad es equiparable a la que existe en el precio? Y, suponiendo que el producto artesano sea realmente mejor, ¿hasta qué punto este hecho tiene una repercusión apreciable en su aplicación final, una vez esté colocado? No hay duda de que estas cuestiones invitan a la reflexión. Reflexión que, desde que tuvo lugar la revolución industrial, ha terminado en discusión y, con frecuencia, incluso en polémica.

Esto mismo pasa con la importación, la calidad de artículos importados, nunca será como la calidad de un producto nacional.
Tenedlo en cuenta, si es muy barato, quizá se deba a la calidad que posee.
Muebles importados pueden durar meses. Muebles nacionales...AÑOS!
Que no os engañen.

* Productos industriales.

Actualmente, la oferta disponible de productos y objetos para la vivienda aparece dominada por los de origen industrial. Se trata de un hecho, pero no siempre ha sido así, sino que ha supuesto un largo recorrido. Desde que Josiah Wedgwood (1730-1795) aplicó con éxito las técnicas de producción en serie a la industrialización de vajillas y demás productos de porcelana para el hogar, los objetos producidos por la industria han ido invadiendo de forma progresiva la sociedad. En un principio, no se trató de una cuestión de simple rentabilidad sino más bien de principios.

El texto titulado El análisis de la belleza (1753), de William Hogarth, fue una de las primeras obras que se interesaron por los nuevos productos de consumo, aplicando principios racionales al estudio del arte. Hogarth expuso de forma directa y sencilla el proceso por el cual ciertas formas nos resultan agradables y otras desagradables. Aceptar este principio permitió entender características como la uniformidad y la estandarización, propias de los productos industriales, como una virtud de la que carecían los productos artesanales.

Desde este punto de vista, si unas formas podían ser consideradas bellas para la mayoría de la gente, el hecho de poder garantizarlas mediante la producción en serie permitía evitar las irregularidades, ofreciendo así productos mejores para un mayor número de personas. Un ejemplo de ello lo constituyen las sillas de Michael Thonet. La producción en serie permitió la aparición de este tipo de productos en un gran número de hogares, hasta un punto nunca alcanzado anteriormente.

Esta valoración por la imagen técnica, adaptada a la tecnología existente en cada momento, constituye una postura aún vigente en la actualidad, ambientes nítidos y modernos. Sin embargo, con frecuencia estos ambientes obtenidos mediante productos industriales son considerados fríos e impersonales. Ello ha conducido a distintas reacciones a lo largo del tiempo, acompañadas por una reivindicación de la decoración y de la imagen artesanal en objetos y ambientes.

* Productos artesanales.

Tomando de nuevo el ejemplo sobre azulejos del principio, puede preguntarse: si la pieza artesanal resulta más cara y además es más tosca, entonces, ¿Qué sentido tiene su fabricación? Y, además ¿Quién va a comprarla? De hecho, la supervivencia de los productos elaborados artesanalmente ha sido asociada, en numerosas ocasiones, a una clara oposición hacia los productos industriales y a su impersonal presentación.

Ya en el siglo XIX, cuando se generalizó el proceso de industrialización, algunas personas como William Morris (1834-1896) y John Ruskin (1819-1900) defendieron y divulgaron las virtudes humanas de la imagen artesanal frente a la industrial. Morris destacó en el diseño de papeles pintados con motivos de frutas, flores y animales. Su amor por los detalles naturales le convirtió en el líder espiritual del resurgir del movimiento artesano, después de la revolución industrial. A partir de esa influencia, los productos artesanales se han asociado frecuentemente a un supuesto origen rural.


http://www.carmenarcosmuebles.com/

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